La batalla de Molino del
Rey demostró plenamente todo el poder de resistencia eran capaces
las tropas mexicanas, dirigidas con acierto, entereza y valor...Jornada
fue aquella que costó el enemigo torrentes de sangre y varios elementos
de guerra, sin lograr obtener las ventajas que merecían semejantes
sacrificios.
El general Scott, como
dijimos ya, dirigió sus fuerzas contra el Molino de Rey y sus posiciones
adyacentes, creyendo adquirir trofeos inestimables y gran cantidad de pólvora,
en cuyo concepto, y deseando avanzar por la vía occidental sobre
México, amagándolo desde el mismo Chapultepec – golpe de
terrible efecto moral sobre el ejercito y la población-, tuvo cruel
y profundo desengaño al ver el tristísimo resultado de la
batalla que le costó considerables pérdidas. Vio que en los
depósitos de Molino de Rey y Casa Mata no había el rico material
de guerra que creyó adquirir, ni mucho menos pudo tener con tanta
arriesgada y sangrienta conquista puntos estratégicos que compensaran
la suma de energías vitales y pecuniarias en sus operaciones del
18 de Septiembre y las que le precedieron.
Bien sabido es que los generales
Worth y Scott tuvieron agrio altercado porque aquél se oponía
al proyecto de su general en jefe, juzgándolo inconducente y antiestratégico.
Y efectivamente, poco avanzó el caudillo norteamericano después
de la sangrienta jornada del Molino del Rey, y si se rehuyendo las posiciones
sobre las que lanzó sus brigadas, concretándose a tomar Chapultepec,
para seguir sin obstáculo hasta la garita occidental de Belén.
* Fragmento de la guerra contra
los gringos, de Heriberto Frías, quien nació en la ciudad
de Querétaro, en 1870. Frías fue miembro del ejército
en la época de Porfirio Díaz. Hombre sensible y vocación
literaria, escribió una crónica (Tomóchic) de la lucha
de los indios tomochitecos, a quienes se le había ordenado combatir.
Una vez fuera del ejercito porfirista, Heriberto Frías se dedicó
al periodismo de oposición. Posteriormente participó en la
Revolución Mexicana en 1925.
Sin embargo, para la causa
mexicana la acción de armas que hemos referido fue uno de los últimos
desastres, uno de los últimos eslabones trágicos de la lúgubre
cadena que, tendiéndose de oeste a oriente, limitó las fronteras
de nuestra patria, retrocediéndola centenares de millas al sur.
Nuestras pérdidas en
el Molino del Rey fueron terribles, pues cayeron en poder del enemigo,
según sus mismos partes, más de 800 hombres, inclusive 51
oficiales, en su mayor parte de la brigada León; pero el adversario
sufrió también hondamente, teniendo 58 oficiales y 729 soldados
fuera de combate, amén de multitud de prisiones y dispersos.
Mas si para el enemigo esta
jornada fue costosa, para nosotros tuvo un efecto moral decisivo, produciendo
el mayor desencanto por esta catástrofe, no obstante que el general
Santa Anna la hizo celebrar como un triunfo, con repiques y dinas.
¡Quería el general
en jefe arrojar velos de apoteosis triunfales a sus postreros descalabros!
Y apenas que todavía
el día 7, en la misma víspera, se convirtió en paseo
y regocijamiento público la extensión que ocupaba el
oeste de Chapultepec, los molinos, la Casa Mata y calzadas de inauditos
desastres había sonriendo la esperanza de victoria, tanto que la
muchedumbre frenética de entusiasmo patriótico, saludó
a Santa Anna con gloriosos vivas, redoblando con el griterío universal,
las sonoras cajas de guerra, los recipientes de las campanas el rimar flamígero,
vibrante y bélico de cien trompetas y clarines. Triste apoteosis
militar de aquel hombre siniestro que tanto había ido amontonando
pesadumbres y atroces infortunios sobre la Patria.
¡Traición!
¡Traición! ¡Traición!
Resurgía la fatídica
palabra, vibrando en todas las clases sociales con chasquidos de látigo
vengador que azotara vergonzosamente encorvadas espaldas de esclavos.
¿Por qué, por
qué no habría cargado la caballería?, se preguntaban
peritos y profanos en el arte de la guerra...¿por qué Santa
Anna desguarnecía siempre las líneas que iban a ser atacadas,
y cuando estallaba el conflicto no iba en auxilio de los agustinos combatientes,
o cuando la hacía era para llegar tarde como en esta batalla a cuyo
campo se dirigió a la cabeza del primer regimiento ligero, acudiendo
sólo a presenciar los estragos de la infausta rota del bosque de
Chapultepec?
Habiéndose retirado
los norteamericanos a Tacubaya dejando destacamentos en las posiciones
conquistadas, con artillería ligera y gruesa para batir el bosque
y lo alto del cerro, siguióse un duelo de artillería entre
la suya y la nuestra, que contestaba dignamente desde la almenada corona
del castillo. Pero al fin los enemigos tuvieron que abandonar el campo,
hostigados por nuestros fuegos.
Del 8 al 11, el ejército
americano se concretó a reorganizarse, haciendo aprestos desde su
cuartel general que estaba en Tacubaya, para dar un vigoroso asalto
contra el poniente de la ciudad de México. La tropas enemigas de
Tlalpan, Churubusco Y Coyoacán, reforzaron en parte a las de San
Ángel Y Tacubaya, Y las avanzadas de las lomas, mientras otras fracciones
tenían orden de hacer una demostración de ataque sobre las
garitas de San Antonio Abad Y la Calendaría.
El general Scott
después e haber hecho reconocimientos importantes por las regiones
del sur de la ciudad, se dedicó a efectuar el ataque, principalmente
por el oeste, apoderándose de la altura de Chapultepec.
Con este objeto hizo instalar
cuatro baterías para que bombardearan el Castillo hasta destrozarlo,
produciendo terrible efecto moral entre sus defensores. La primera, compuesta
de dos piezas de a dieciséis y un obús de ocho pulgadas,
se instaló en la hacienda de la Condesa para batir el sur del Castillo,
defendiendo sus fuegos al mismo tiempo la calzada de Tacubaya y Chapultepec,
La segunda constituida de un cañón de a veinticuatro y obús
de a ocho pulgadas, se sitió en la loma del Rey, frente al ángulo
sureste del frente; colocándose la tercera, con un cañón
de dieciséis y un obús de a ocho pulgadas, a doscientos cincuenta
metros de los molinos; mientras la cuarta, con grueso obús de diez
pulgadas quedó abrigada dentro del mismo edificio del molino.
A estos elementos esenciales
que para efectuar el bombardeo acumuló el adversario al poniente
y sur del Castillo, hay que agregar numerosas artillería de reserva,
compuesta en su mayor parte de nuestros mismo cañones de sitio y
plaza arrebatados en Cerro Gordo, Churubusco y Padierna, sosteniendo todo
este apresto de densas líneas de infantería, cubiertas por
baterías ligeras y exploradores ligeros a caballo.
Hábilmente engañó
Scott a Santa Anna, haciéndole creer que intentaría el ataque
por el sur de México, enviándole a la división Quitman
de Coyoacán, a unirse con la de Pillow, de día, amenazado
las garitas meridionales; pero con orden estos jefes de volver, en la noche,
con el mayor siglo y silencio a Tacubaya donde estaba el cuartel general
americano
El general Twiggs con
la brigada Rayler y dos baterías de campaña, quedaron ante
dichas garitas en actitud amenazadora.
Nuestro general presidente
cayó en el lazo, y al instante que supo lo de las maniobras enemigas
contra el sur de la población retiró fuerzas de Chapultepec
y otros puntos para engrosar sus reservas, dirigiéndose con ellas
hacia San Antonio Abad, Niño Perdido y la Calendaría.
Al amanecer del día
12, las baterías americanas rompieron sus fuegos sobre el bosque
el castillo, produciendo espantosos estragos, y después de que aquéllas
rectificaron sus punterías pudieron al fin enviar con el más
terrible éxito, sus cohetes a la Congreve, sus granadas y sus bombas
de hierro...
Chapultepec apenas estaba
defendido por ligeras obras de fortificación: en el exterior un
hornabeque en el camino que va a Tacubaya. En la puerta de la entrada orienta:
un parapeto y en la cerca débil e impropia como defensa militar,
que entonces rodeaba el bosque por la parte sur, se construyó una
flecha, abriéndose en torno un foso de 7 metros de profundidad.
Éste debía rodear todo el bosque; pero semejante obra, como
otras muchas que se empezaron a ejecutar en una posición que debió
haber llamado poderosamente la atención de Santa Anna ante un enemigo
que tan bien demostraba su designio de atacar la capital por el oeste,
no quedó terminada, y apenas si se colocaron tablones y morillos
cavándose al derredor algunas cortaduras entre zanja y zanja. Otras
flechas tendiéronse al poniente y al pie del cerro, colocando fogatas
y trampas en combinación, por el trayecto que se suponía
siguieran las columnas asaltantes.
El recinto del edificio pomposamente
llamado Castillo, se rodeó en gran parte con parapetos de sacos
a tierra y revestimientos de madera, ramajes y adobes, blindándose
los techos que cubrían los dormitorios del Colegio Militar y los
principales depósitos.
Apenas 7 piezas de artillería
defendían esta posición tan descuidada, en suma, por Santa
Anna: dos de a veinticuatro, una de a ocho, tres de campaña de a
cuatro y un obús de a sesenta y ocho.
Era el jefe del punto el ilustre
y benemérito general don Nicolás Bravo, quien tenía
como segundo al general Mariano Monterde, contando con una guarnición
de tropas bisoñas y desmoralizadas, que a la hora del conflicto
sumaban unos 800 hombres los que se distribuyeron en las obras del bosque
y en la propia defensa del edificio, en lo alto del cerro.
Al amanecer del día
12, las baterías americanas principia- ron el bombardeo sobre el
bosque y el llamado Castillo, con- testando sus fuegos muy escasamente
nuestra pobre artillería.
Al principio, fueron nulos
los efectos de los primeros disparos dirigidos contra el fuerte; pero muy
pronto los jefes ingenieros del enemigo rectificaron sus punterías,
y durante todo el día cayó sobre Chapultepec una lluvia de
granadas, bombas y cohetes a la Congreve, produciendo estragos espantosos
en el material de las fortificaciones y en la escasa tropa que las guarnecía.
Hubo necesidad de retirar gran parte de ella para que no sufriera impunemente
tan mortíferos fuegos, colocando tras del cerro, hacia el oriente,
a todos los defensores que no pertenecían a la artillería
y a los no empleados en las obras de defensa. El enemigo mantuvo en el
aire una bomba, en toda la jornada del día 12, terminando la actividad
de sus baterías al oscurecer.
En la noche, mientras el general
Nicolás Bravo urgía con desesperación, como ya indicamos,
por que se reforzaran las tropas de su mando con parte de las reservas
intactas que Santa Anna llevaba de un extremo a otro de la ciudad y sus
contornos, sin que, por supuesto, el jefe del pueblo fuera atendido, el
general Scott combinaba sus últimas evoluciones que debían
preparar el asalto de Chapultepec.
Apenas se inició la
terrible noche del 12 al 13, cuando se comprendió en un instante
los desastres ocasionados por el bombardeo, el que según el plan
de¡ enemigo, había desmantelado cuanto pudiera servir para
operar una resistencia, si no imposible de ser domada, al menos gloriosa
para nuestras armas y costosísima para el asaltante [...]
Algo reanimó el general
abatimiento en aquella noche, la presencia, a lo lejos, de una fuerza del
Estado de México que llegaba a reforzarlas del valle, al mando del
mismo gobernador don Francisco M. Olaguíbel, perseguida por algunos
escuadrones norteamericanos que no se atrevían a atacarla.
Aquellas tropas, unidas a
ciertas fracciones de la caballería del general Álvarez,
que vagaba tristemente e inútil, por los campos occidentales
debía ser de un gran efecto táctico a retaguardia de las
divisiones enemigas que, desprendiéndose de sus posiciones de Molino
del Rey y adyacentes, irían a dar los fulminantes asaltos contra
el quebrantado Chapultepec.
Mas, por desgracia, se repitieron
las mismas, las eternas faltas de esta lamentable campaña. Hubo
órdenes y contraórdenes del general presidente; fatigóse
a la tropa sin resultado práctico: tras mil evoluciones tuvo que
entrar aquel auxilio del Estado de México, a la capital, lo mismo
que las reservas y el pomposo estado mayor del general Santa Anna.
Para cooperar a la defensa
del Castillo, se dispusieron en la falda de¡ cerro, por la parte
oeste que era entonces la más accesible, unas fogatas de barrenos
de pólvora, que no llegaron a encenderse por no bajar a tiempo el
teniente de artillería encargado de hacerla estallar.
Al amanecer del día
13, el enemigo principió más activo que el día anterior
el bombardeo, desde las posiciones de Molino del Rey y la batería
del sur. A las seis de la mañana, el general Bravo comunicó
al ministro de la Guerra la deserción de gran parte de sus tropas
demora¡ izadísimas por los estragos y sangre que causara la
artillería enemiga, encareciendo la necesidad de que se cambiara
su fuerza por cualquier otra en diferentes circunstancias. Santa Anna insistió
en no enviarle auxilio alguno hasta la hora de¡ asalto.
Entonces Bravo, sabiendo que
la brigada de reserva del general Rangel se hallaba al oriente muy inmediata,
solicitó de éste algún refuerzo, pero se le contestó
que no era posible, sin orden del general presidente.
A las nueve de la mañana,
el enemigo lanzó sobre el bosque tres columnas de asalto, una por
la parte occidental y las otras a derecha e izquierda, llevando a su frente
secciones de zapa- dores con palas, barretas, hachas y escalas.
Los norteamericanos avanzaron
con resolución, haciendo a trechos certeras descargas de rifle sobre
los parapetos del bosque donde nuestros escasos soldados respondieron con
su fusilería a los gritos de ¡Viva México! Al llegara
ellos se trabó su desesperada refriega al arma blanca, mas los defensores
fueron arrollados por el impulso de aquella masa superior erizada de bayonetas
penetrando al bosque las columnas. En estos instantes el general Santa
Anna, no obstante el último aviso apremiante de Bravo, se contentó
con enviar porto do refuerzo al Castillo, al batallón de San Blas
al mando del bizarro teniente coronel Santiago Xicoténcati.
Esta fuerza no tuvo tiempo
de subir al Castillo; pero su jefe con admirable denuedo y energía,
la tendió entre el bosque, oponiéndose al desemboque de las
columnas asaltantes, rompiendo al punto sus fuegos sobre ellas.
Entretanto, otra sección
norteamericana se dirigía hacia el norte, amagando la calzada de
Anzures, con el intento de llamar la atención de nuestro general
en jefe que se encontraba con la brigada Lombardini y el batallón
Hidalgo en la calzada de Belén. Otra demostración semejante
efectuaba al mismo tiempo el enemigo sobre la calzada de la Condesa.
Y he ahí a Santa Anna
dando órdenes y contraórdenes a sus fuerzas de reserva, mandándolas
de un lado a otro, inútilmente, mientras el verdadero asalto sobre
el Castillo desarrollaba en el bosque espantosa tragedia de sangre y fuego;
mientras el batallón "San Blas" rodeado por enemigos superiores
caía épicamente al pie del cerro, muriendo la mayor parte
de sus oficiales y soldados lo mismo que su valiente jefe, cuyo nombre
célebre Xicoténcalt quedó otra vez inmortalizado.
Bajo la alta bóveda de los viejos ahuehuetes, en medio de una aureola
de fuego, nubes de pólvora, relámpagos de sables y bayonetas,
cae el héroe envuelto en su bandera atravesado por veinte balas,
gritando:
¡Viva México!
El enemigo subió por
la rampa y por las partes practicables, aprovechándose de las asperezas,
rocas y arbustos del cerro, para hacer fuego tras ellos, en tanto que de
las defensas que rodeaban el Castillo brotaban las descargas de sus defensores,
deteniendo a los asaltantes. Reforzados éstos por nuevas tropas
[...] coronaba la altura, donde todavía encontraron heroica resistencia
en los alumnos del Colegio Militar, quienes tuvieron la gloria espléndida
de ser los últimos que hicieron morder el polvo al invasor en aquella
jornada.
Éstos no obstante la
orden de retirarse que les había dado el general Bravo, prefirieron
morir con honra; y desde que aparecieron a su alcance los enemigos, estuvieron
haciendo fuego desesperadamente, y cuando cayó la mayor parte de¡
Colegio, se retiraron con algunos soldados, al jardín que quedaba
sobre el velador donde fueron hechos prisioneros.
Eterna es la gloria de aquellos
niños héroes que admiraron al enemigo con su entereza de
bronce, honrando la bandera de su patria y sellando con luz del sol -luz
roja de crepúsculo trágico, luz roja como su sangre- la leyenda
del augusto Chapultepec.
Murieron defendiendo el último
reducto del Colegio Militar, los siguientes alumnos cuyos nombres no debemos
olvidar nunca: Teniente Juan de la Barrera y los subtenientes Francisco
Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar, Vicente
Suárez y Juan Escutia; y siendo heridos el subteniente Pablo Banuet
y los alumnos de fila Andrés Mellado, Hilario Pérez de León
y Agustín Romero. Quedaron prisioneros con el general Monterde,
director del Colegio, los capitanes Francisco Jiménez y Domingo
Alvarado; los tenientes Manuel Alemán, Agustín Díaz,
Luis Díaz, Fernando Poucel, Joaquín Argaiz, José Espinosa
y Agustín Peza, y los subtenientes Miguel Poucel, Ignacio Peza y
Amado Camacho, con el sargento Teófilo Nores, el cabo José
Cuellas, el tambor Simón Álvarez, el corneta Antonio Rodríguez,
y 37 alumnos de fila.
Tomado el Castillo, hecho
prisionero su jefe, el general Bravo, llegaron nuevas fuerzas americanas
a la posición, que eran las que habían atacado vigorosamente
a la derecha de la línea organizada por Santa Anna y que sostuvieron
reñidos combates por entre el acueducto y la calzada. La brigada
del general Rangel resistió el choque hasta que empujada por enemigo
superior, tuvo que ceder abandonando su reducida artillería, retirándose
a las garitas de la capital.
El enemigo quedó pues,
nuevamente victorioso en estos últimos combates, no sin que su triunfo
le costara sangrientos sacrificios, perdiendo la quinta parte de su fuerza,
dejando bajo las hermosas enramadas de Chapultepec ensangrentada, muerta
o herida la flor magnífica de su oficialidad.
Y también quedaron
bajo el antiguo bosque de Moctezuma y Netzahualcóyotl, aquellos
radiantes jóvenes mexicanos, alumnos del Colegio Militar, eternamente
glorioso en los anales patrios, sucumbiendo en la refriega heroica, de
cara al deber mirando al cielo.
Heriberto
Frías